Salvador Martínez Tarín / El complejo Tío Gilito

EL COMPLEJO TÍO GILITO

Esta avaricia por el dinero más que por los bienes materiales de los que no disfruta por pura tacañería, tiene una dimensión enfermiza, obsesiva, que incluye elementos subconscientes que condicionan su conducta.

Salvador Martínez Tarín / El complejo Tío Gilito

El personaje que Carl Barks creo para The Walt Disney Company en diciembre de 1947 es una buena representación de la esencia del comportamiento de los agentes del sistema económico neoliberal en la era de la globalización. El Tío Gilito ama apasionadamente el dinero, disfruta diariamente de baños refrescantes en dunas de billetes y playas de monedas doradas, no piensa más que en acumular dinero y conseguir el máximo beneficio manipulando personas y situaciones, emprendiendo retos en los que la principal satisfacción que obtiene es el aumento de su riqueza. No es más feliz, ni disfruta de mejor vida porque ya la tiene buena, hace lo que quiere y ningún poder le limita. Su única preocupación es ser el pato más rico del mundo.

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Esta avaricia por el dinero más que por los bienes materiales de los que no disfruta por pura tacañería, tiene una dimensión enfermiza, obsesiva, que incluye elementos subconscientes que condicionan su conducta. El Tío Rico, como lo llaman en Sudamérica, es rehén de su pasión por el dinero, del impulso de todo su deseo a la obtención de riqueza sin límite. Se apropia del medio (el dinero) como si fuera un fin en sí mismo. Se deja llevar por un irrefrenable impulso innato, ajeno a la voluntad, que actúa desde el cuarto oscuro del deseo situado en las profundidades del hipotálamo.

Además de avaro, Gilito se cree el más listo, un ser naturalmente inteligente que domina los idiomas, la cultura y, como no, la ciencia económica. Dotado de las mejores capacidades para tener éxito mercantil y conseguir réditos, no deja de acumular riqueza para él solo, que no comparte con los demás porque desprecia la solidaridad, y a la misma Comunidad, que únicamente le sirve en cuanto es una fuente de la que extraer más riqueza.

Es muy rico, es muy listo pero también está solo, no quiere a nadie y realmente nadie le quiere a él aunque este rodeado de aduladores. La solitud y la exagerada fuerza de su egoísmo conducen a cambios en el estado de ánimo en los Gilito que alternan entre periodos de frenética actividad y estaciones de gran depresión, trastorno bipolar o ciclos de crisis en los que la cobardía se apodera de su comportamiento y aparecen los miedos a perder la riqueza, comienzan las pesadillas en las que los Golfos Apandadores se acercan peligrosamente al depósito fortificado en el que Mc Pato guarda su dinero.

Empleando las mismas artes que el Tío Gilito y con la misma obsesión por la riqueza rápida y recurrente los empresarios, los expertos financieros, banqueros, directivos, brokers, intermediarios, técnicos, especialistas, loobies, todos esos “listos” que llevaban las riendas del sistema han manipulado los resortes de la sociedad a lo largo del siglo XX imponiendo su dogma a partir de la caída del muro y han creado las condiciones más favorables para la producción de su propio enriquecimiento, sin pensar en el prójimo ni en las consecuencias que sus actos para pudieran tener para los demás ni en el ecosistema. Han conseguido alterar nuestras costumbres, crear nuevas necesidades y abocarnos a un mundo de consumo desmedido, de intercambio constante, en el que la generación de valor económico sirve para justificar el sacrificio de cualquier otro interés humano.

Los de arriba, los más contaminados y enfermos con este complejo, han empleado su conocimiento y su poder para establecer el culto al dinero, sin que esto exima de responsabilidad a la Sociedad occidental que se ha dejado arrastrar por la avaricia natural del ser humano y se ha creído la ficción de que la riqueza para todos era posible, los recursos ilimitados y el crecimiento infinito.

En Occidente deberíamos sentirnos avergonzados de nuestra falta de previsión, del engreimiento que ostentamos como si fuera posible vencer simultáneamente a la fortuna, a la suerte y al azar, y llegar a dominar el futuro. El complejo se ha extendido, adoptando tintes epidémicos en las sociedades del primer mundo. Cualquiera era listo y cualquiera podía hacerse rico, solo había que cumplir con los cuatro principios del Tío Gilito: información es poder, el poder favorece el enriquecimiento, no basta con ser rico hay que ser el más rico, y los ricos no comparten su riqueza, es solo para ellos. Así la gente viene admirando al especulador, al que obtiene más sin aportar nada y trata de emular a las celebridades del mundo de las finanzas, invierte en bolsa, compra participaciones de fondos de inversión y sustituye sus cotizaciones a la seguridad social por aportaciones a fondos de pensiones sin apercibirse de que la abominable intención del sistema financiero globalizado es darle cuantas más vueltas se pueda al mismo dinero, empaquetar y dispersar los riesgos, y liarla de tal manera que no sea posible fijar responsabilidades ni sacar cuentas de los excesos, sin prevención en cuanto a la irracionalidad de su comportamiento porque nunca va a pasar nada, la mano invisible, el que todo lo puede, el dios-mercado no dejará que la cosa decaiga.

Ahora ha llegado el momento de la verdad, el mercado se ha precipitado al abismo y el amor al dinero se ha transformado en sufrimiento para muchos, protagonistas y actores secundarios de la escena de la economía, incluso afecta a los espectadores que no participaban de la historia pero la contemplaban como si de un entretenimiento se tratará. Y para salir de la actual situación, los oráculos del pasado quieren reanimar los mismos comportamientos llamando al consumo y proponiendo la refundación del capitalismo para mantener el deseo por el dinero, la admiración por la riqueza y la falacia de la igualdad de oportunidades. A fin de cuentas son los mismos de siempre los que pagan los excesos y los que controlan el asunto, y a estos solo les interesa que las cosas continúen como antes, pero esta vez no debería ser así si nos desprendemos del complejo y aceptamos que la vida es algo más que la riqueza y que el dinero no da la felicidad.

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Salvador Martínez Tarín / El complejo Tío Gilito