Salvador Martínez Tarín / Fuego de amor

FUEGO DE AMOR

Las personas de gran corazón, las de corazón bondadoso, las de pecho amplio y despejado, son las mejor dispuestas para el amor pero, en general, todos estamos preparados para amar, haciendo válida la convención que propone una vida mejor para una humanidad presidida por el Amor.

Salvador Martínez Tarín / Fuego de amor

El amor es algo serio. Cuando te enamoras un ardor domina tu interior, un cosquilleo placentero, fruto del repiqueteo de las llamas que saltan de la hoguera encendida espontáneamente, se mantiene presente en todas las situaciones y prevalece sobre todas las cosas. Se ubica a la altura del pecho, a la izquierda, en el reino del corazón que es el protagonista de la historia del querer. Cambia el color de la vida, el olor del ambiente y la luz que ilumina el mundo. Estas algo sordo, algo ciego, algo perturbado. Los sentimientos fluyen puros sin dar tiempo a la mente a reeducarlos para hacerlos comprensibles. Aciertas sin pensar. Son los primeros momentos del enamoramiento en los que el amor lo invade todo, derrotando cualquier resistencia del amante seducido por Cupido, el sucesor de Eros. El amante se transforma en feliz esclavo de la pasión y del deseo de lo amado.

Salvador Martínez Tarín / Fuego de amor

Amor a uno mismo, a la divinidad que nos hace trascender, a las cosas, a los animales, a los demás, a él o a ella. Amor material o espiritual. En todos los tipos de amor el deseo es el combustible principal del fuego que arde en el interior del amante. Escuchar su voz, tocar su cuerpo, admirar su sonrisa, oler su pelo. Poseer el objeto, disfrutarlo, transformarlo o despreciarlo a voluntad. Obtener compasión, complacerse en la sumisión, sentir la complicidad, aceptar alegremente el dolor y la pena. Gozar de lo bueno y de lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto. Creer en el futuro, recodar el pasado y deleitarse en el presente. El que ama arde en deseo y busca la confirmación del amor mediante el éxtasis místico, espiritual o sexual, para conseguir el máximo placer mediante la realización del capricho personal.

Cuando amas deseas, pero el deseo no lo es todo para el amor. El deseo actúa como combustible en la hoguera y, por suerte, su fuerza se neutraliza con la capacidad inifugante de las emociones. Al emocionarse sí que actúa la mente, el conocimiento y los tópicos adquiridos por herencia genética. Igual que la cuadrilla de bomberos que se apresura sobre su camión a lanzar agua sobre el fuego destructor, el excipiente emocional racionaliza la apetencia conteniendo los impulsos irresistibles que anclan su origen en el universo animal.

Las personas de gran corazón, las de corazón bondadoso, las de pecho amplio y despejado, son las mejor dispuestas para el amor pero, en general, todos estamos preparados para amar, haciendo válida la convención que propone una vida mejor para una humanidad presidida por el Amor. Pero está no es sino una utopía inalcanzable porque la regla no tiene en cuenta la indiscutible tendencia del amante a amarse más a si mismo que a los demás, y porque la acción de los sistemas de doma del deseo, inventados por los hombres, establece el destino de la apetencia individual y colectiva mediante la imposición, normativa o subliminal, de los objetos del deseo y de los medios para alcanzar el placer. Los cultos humanos al deseo han adquirido la categoría de ideología tiránica que somete a las sociedades de la modernidad y subordina los efectos positivos del amor al proselitismo consumista.

El amor puro siempre existirá, junto al deseo, pero está en peligro de sucumbir ante el hedonismo que se presenta ante nosotros como máxima realización del paraíso. No hay duda, debemos poner más cuidado en el querer si no queremos acabar colectivamente transformados en cenizas producidas por el fuego del amor.

Autor: