Salvador Martínez Tarín / ¿Por qué los arboles?

¿POR QUÉ LOS ARBOLES?

La vida terrícola empezó en el agua.
Hace 3200 millones de años el planeta estuvo completamente cubierto de ese elemento líquido que lo identifica desde el Universo como “planeta azul”.

Salvador Martínez Tarín /¿Por qué los arboles?

Desde los microrganismos hasta la evolución reptiliana, durante las diferentes edades geológicas, fueron emergiendo espacios de tierra en los que evolucionaron especies vegetales y animales. Entre las vegetales destacan los árboles. Entre las especies animales destacables, la mejor nota es para los primates, monos de los que, tras un exigente proceso de selección, surgió naturalmente el “homo sapiens-sapiens”, que es como nos gusta que nos llamen para evitar el parentesco neandertal, primigenio y salvaje.

Tanto los árboles como los seres humanos somos vida. Pero, ellos llegaron mucho antes.

Se situaron en el territorio y se organizaron en selvas y bosques. Ayudados por el sotobosque y los hongos, dieron refugio y sustento a la vida animal que emergía del agua de mares y océanos.

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Fotografia de Vicente Talens Vera

Los árboles ya estaban aquí cuando nosotros llegamos. Llevaban mucho tiempo organizados como una sociedad de raíces, actuando como factor que interviene en la configuración del clima, fijando el carbono, llamando a la lluvia y cuidando de la temperatura. Los árboles habitan el planeta sin prisa, quietos, creciendo despacio y de forma segura, acorde con las necesidades de la existencia pacífica y de la coexistencia.

Eso fue así, y seguirá siendo así en el futuro. Los árboles tienen palabra, aunque uno de sus sentidos principales sea el silencio.

Los humanos no actúan igual.

Siempre están moviéndose. Remueven la tierra y el mar. Usan todos los recursos que existen y los transforman con energía fósil que desprende el carbono que está arruinando el planeta. Los humanos y las humanas somos autores responsables de los cambios insoportables en la temperatura de la tierra, porque nos movemos demasiado, tenemos mucha prisa y no creemos que existan límites que respetar. No respetamos nada. Somos los únicos gobernantes absolutos de la naturaleza, creadores originales de la versión ideológica del concepto de planeta tierra que reinterpretamos, recreamos y modificamos a nuestro puro antojo o necesidad.

Los humanos se matan entre ellos, no lo hacen los árboles. Los humanos matan cualquier ser vivo. Hasta el aire matan. No lo hacen los árboles.

Mientras un árbol nunca permitirá la muerte por hambre de otro árbol del bosque, los humanos se desentienden del hambre en el mundo. No nos tiemblan las manos en el reproche a la pobreza y la marginalidad. Primamos la supervivencia individual sobre la perpetuación de la espacie. Es lo que ocurre cuando la especie es imaginaria o consciente de la fugacidad de los tiempos. Nos volamos con el primer viento.

Los humanos no somos árboles, los admiramos, pero no les concedemos respeto, no les reconocemos dignidad. Desde el principio los agredimos talándolos, quemándolos y matándolos, acabando con esa vida para aprovechar su territorio, en lo rural o en lo urbano, ocupando su espacio. Y, lo peor de todo, la máxima sinrazón de los humanos, el acto más terrible e injustificado, el que favorece el deleite piromaníaco de quemar el bosque por el placer de hacer el mal y nada más. Algo que solo tiene un sentido humano. Una adversidad que no desaparecerá nunca, si consideramos la perversa ignorancia que predomina entre humanos sobre la vida y los ecosistemas.

Para mí es evidente que no seguimos el ejemplo de los árboles. Me atrevo a decir, que no somos un ejemplo para los árboles, para nadie que merezca respeto. Ni seguimos el ejemplo, ni somos un ejemplo.

Los árboles son ejemplo en muchas cosas que no queremos ver o que hemos olvidado.

Por nuestra parte, no hemos entendido la empatía al semejante, ni los derechos universales, ni los peligros de la movilidad, ni de la violencia. Los árboles nos enseñan que es posible desarrollarse y decrecer. Aumentar el diámetro del tronco sin atemorizar al amo de los cielos. Ir despacio y no ir, sino estar quietos. Los árboles se miran entre sí y tienen suficiente. No les hace falta trascender la existencia porque, simplemente, forman parte de la existencia eterna. Nada le sobra a un árbol mientras los humanos creamos basura todo el tiempo.

Los humanos somos frívolos y desentendidos de lo fundamental que es vida, vida, vida.

Tal vez éste hablando más de lo que necesita el auditorio, pero ruego la compasión del lector porque no puedo evitar llamarle la atención sobre la diferencia entre los actos humanos de dominación y la resistencia pasiva y pacífica de los árboles.

Nos alzamos sobre las patas traseras imitando a los árboles erigidos sobre la tierra firme. Los imitamos al echar raíces y dejar el movimiento constante. Los imitamos cuando optamos por rechazar la migración incesante, desde siempre y para siempre, y decidimos permanecer en un único lugar, quedar quietos y dejar de fabular.

Árboles y humanos estamos juntos en esto. Dependemos unos de los otros y viceversa. Sin embargo, no queda tiempo para la esperanza. No queda tiempo para rectificar. Tampoco consta la voluntad humana de enmendar. Irremediablemente arrastraremos a los árboles en nuestro propio desastre.

Una vez que todo se convierta en leña, el infierno nos consumirá. El fin de los tiempos habrá llegado y la vida en la tierra se acabará. Llegará el final del bosque y de todos sus habitantes. Se acabo la tierra. D.E.P.

Autor:

Salvador Martínez Tarín / ¿Por qué los arboles?