Salvador Martínez Tarín / ¿Quién me receta un antiviral?

¿QUIEN ME RECETA UN ANTIVIRAL?

Mientras estaba instalado en el confort sin ambición y apego a la vida infinita, un aguafiestas pasó por la barra y le puso más ginebra al ponche.

Salvador Martínez Tarín / ¿Quién me receta un antiviral?

Nunca imaginé que viviría una situación de angustia de verdad. Solo alguna pesadilla olvidada me preparo para este intenso desasosiego que me provocan la reclusión y el pánico que impera.

Mientras estaba instalado en el confort sin ambición y apego a la vida infinita, un aguafiestas pasó por la barra y le puso más ginebra al ponche.

De repente, casi sin avisar, se ha establecido una verdad que pretende ser universal, vamos, elemental para cualquiera: cuida la asepsia para garantizar tu supervivencia. No tocarse, ni juntarse, mantener la distancia, ni tan siquiera hablar, por el riesgo de pronunciar efes y uves con lluvia salivar. Lejos, más lejos, lejísimos. Aunque el virus sea un pesado. Nos separamos con demasiada tranquilidad. Seguramente ya nos percibíamos lejanos en la virtualidad imperante.

Salvador Martínez Tarín /¿Quién me receta un antiviral?

Y de toser o estornudar ni hablar.
Los constipados permanentes como yo, en el futuro, habremos de controlar determinados gestos, igual que hacemos todos y todas con las flatulencias, aguantar la respiración y apretar para ensordecer el cante que resuena desde que nuestras tripas. Confiando que el aroma del perfume alivie mi vergüenza. Evita los pitidos de los bronquios, disimula ese picor de la nariz que cosquillea los pelillos de las fosas nasales, contén el estornudo. Ni “hachís” ni “Jesús”. Pulcro silencio y disimulo para evitar el extrañamiento, la exclusión del grupo social.

Veremos si dejando de respirar vivimos más tiempo.

Y tiempo, mirado con atención, nos sobra. Ya está bien de tanta prisa. Paremos para ver y escuchar, de momento sin tocar. Más adelante, tras una pausada reflexión, pedir cuentas y exigir el relato de la verdad. Seguro que nos volveremos a acercar.

Podemos esperar pero no debemos olvidar. El aprendizaje de lo vivido es una herramienta evolutiva. Hacia donde evolucionemos es otro cantar.
Igual que asociar el virus a los animales no ha sido una buena idea, confinar a la población sin explicar correctamente las razones de la medida nos va a conducir a una peligrosa ruptura social. No todos hemos entendido lo mismo. Nos movemos entre la indiferencia y el pánico con una distribución aleatoria y sometida a constante variabilidad.

Los bichos estarán ahora felices en el medio natural sin tener humanos que soportar. Seguro que les desconcierta la falta de esa maldita presencia. Ese enfrentamiento con el animal que ha gestado el virus, un mamífero exportador del gen de un ascendente del roedor, nos aboca como especie a la hostilidad al medio, al miedo del germen, al terror a lo desconocido, y nos para en seco ante toda curiosidad. Algunos aplicarán como dogma religioso el principio de precaución y arrastrarán a los demás.

Otros estamos fritos, perdidos o acabados.

Puedes creer que nos queda la solidaridad. Pero, nadie, ni el más tonto, mal-entiende la solidaridad con uno mismo. Tampoco plantea dudas, la solidaridad de los otros conmigo. La deuda se manifiesta en mi solidaridad con los otros ¿Cómo hacer, que hacer, cuando? La duda nos embarga mientras lo primero es protegerme de la infección. Antes que reconocerme como un potencial infeccioso prefiero recluirme obediente y preocupado por los límites de mi libertad.

Es el pan nuestro de cada día, el yo y el tú importan mucho más que el nosotros o el vosotros. Solo así, opinan interesadamente algunos, se consigue la libertad y se evita la holganza de la cigarra. Conformemos nos pues con ser hormigas.

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Salvador Martínez Tarín / ¿Quién me receta un antiviral?